
Cuando la partícula de Dios se hizo hombre, la desolada criatura humana buscó y halló en las anfractuosidades de su entorno refugio para protegerse de las tormentas del cielo y de los tormentos de su soledad.
Tan pronto halló algo contundente que le permitiera emerger, con algún asomo de éxito, en busca del futuro, se armó de valor y salió a conquistar el planeta que le había tocado en suerte.
De la gruta nació la noción de la choza, que se convirtió en casa y luego en castillo, para defenderse de sus congéneres, convertidos en vasallos por obra y gracia de su avaricia; y en conventos y monasterios para protegerse de la ignorancia y del demonio, ese terrible personaje que se había inventado cuando la historia del mundo occidental se partió en dos en procura de aplacar sus odios intensos, ambiciones desbordadas y amores promiscuos.