
No es ningún tema extravagante hablar del avance y desarrollo extraordinarios de las tecnologías de la información y de las comunicaciones; por el contrario, ya tenemos un ministerio adscrito a estas actividades y es lugar común en noticias, comentarios y columnas de periódicos, revistas y publicaciones especializadas, tanto en estas como en otras materias; y en los medios audiovisuales son motivo de exposiciones y programas enjundiosos y, a menudo, ligeros y chistosos. Hasta los infantes, de cuatro y cinco años, ya son protagonistas en este inmenso escenario de la ciencia y la tecnología.
Ese avance y ese desarrollo han impulsado la expansión de las redes sociales, a tal extremo que, hoy, el reportero profesional se está convirtiendo en notario de los hechos, ya relatados con detalle, por vecinos “trinadores”.
Indudablemente, este fenómeno ha incidido en el adelanto del conocimiento humano, en todos los órdenes.
Ahora bien: en la mayoría de las veces el acceso al equipo (hardware) y a los programas (software) representa una inversión importante, razón por la cual la adquisición de ellos es más frecuente en los segmentos socioeconómicos alto y medio, con alguna irrigación hacia el estrato bajo gracias a la asistencia estatal.
A pesar de las penurias del mundo, si hablamos de los bienes materiales concretamente, la humanidad prosigue desbrozando el camino que conduce al bienestar, a mejorar la calidad de vida que, por el empeño de unos, por contagio recae sobre muchos más.
Estos factores y otros más han contribuido a que la clase media aumente en números absolutos y, por ende, en presencia social, como lo confirman serios estudios realizados o respaldados por organismos internacionales especializados en esta rama de las investigaciones y por centros universitarios de impecable trayectoria intelectual.
Y es un sector de las comunidades que, por lo antes expuesto, está mejor informado y más instruido; quizás no mejor educado, si respetamos la “pequeña” diferencia entre capacitar seres humanos y formar ciudadanos de provecho.
¿Consecuencias? Que los sabios las avizoren y las saquen a la luz pública. Desde el fondo de nuestra ignorancia nos surgen algunas ingenuas e irreverentes reflexiones, como consecuencia de recientes manifestaciones sociales: nuevas formas de consolidación y expresión políticas, ante la disgregación de los partidos; agonía, lenta pero estertórea, de los fundamentalismos; lograr un mejor manejo de la noticia para que no siempre se confunda con el escándalo; mayor cuidado en la formación de comunicadores, para evitar que traten de editorializar siempre, ante un micrófono o una cámara, con una maliciosa inflexión de la voz o con una perversa caída de párpados; que la planeación y la ejecución de las obras a cargo del Estado, por intermedio de los gobiernos de turno, tengan la rapidez que sea coherente con la velocidad de las computadoras; que la democracia, como sistema de ordenamiento público, busque nuevas formas de aplicación: ¿Poder Ejecutivo plural?... ¿Retorno al ágora, pero en términos digitales?; proseguir en la inexcusable labor de ampliar y mejorar la calidad de la instrucción y darle a la educación integral (civismo, ética, urbanidad, manejo del idioma, etc.) igual importancia que a la simple capacitación para ejercer profesiones u oficios; no utilizar la información como arma de agresión, y un etcétera largo…
Todo nos induce a pensar que, por las reflexiones planteadas, estamos frente a una nueva revolución histórica, similar a las que ya vivió la humanidad a finales del siglo XVIII, mediados del XIX y comienzos del XX, entre otras: la Revolución de la Clase Media.
Por el momento, para tranquilidad de algunos, apliquemos este concepto de libertad: NO ENFURECERNOS POR EL AGRAVIO NI ENVANECERNOS POR LA ALABANZA.