
Según el médico Serge Renaud, director del INSERM (Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia) y epidemiólogo del Instituto de Salud Pública, el aceite de oliva, el pan, los derivados del trigo, las verduras, hortalizas, frutas, las leguminosas, los frutos secos, el vino y los quesos, junto con el pescado y algunas carnes, son los alimentos que configuran la dieta mediterránea, unidos a un estilo de vida en donde el ejercicio y la moderación hacen parte del juego.
Los pilares de la misma son el olivo y la vid. Los estudios del profesor Renaud generaron una tesis nutricional conocida como La paradoja francesa, teoría que se dio a conocer en un programa de televisión llamado 60 minutos, la cual generó gran revuelo dentro de la sociedad norteamericana.
Esta teoría nutricional se da en Francia y en la mayoría de los países de la cuenca mediterránea y la misma no encaja con una parte de la teoría nutricional establecida (de allí la paradoja). En estos países la incidencia de enfermedades cardiovasculares es mucho menor que en EE. UU. Aunque siguen una dieta más rica en grasas saturadas. Esta incidencia menor de enfermedades cardiovasculares se debe a la ingesta de una dieta mediterránea.
La preocupación de los consumidores por el tema de dieta y salud ha promovido, en los distintos países, el desarrollo de los llamados “alimentos funcionales”: son alimentos ricos en algún componente que aporta importantes propiedades positivas para la salud y que van más allá del mero valor nutricional, como por ejemplo reducir el riesgo de cáncer, de trastornos circulatorios, o de malformaciones congénitas en el feto. Muchos de estos ingredientes funcionales se encuentran en el vino, por lo que también cabe hablar del vino como alimento funcional.
La [antigua] Oficina Internacional de la Viña y el Vino [hoy Organización], único organismo intergubernamental que se ocupa de todos los pormenores de este alimento, que aprobó, en su 73ª Asamblea General –celebrada en San Francisco en septiembre de 1993–, la incorporación de una nueva estructura que pudiera ocuparse del tema vino-salud. Esta comisión determinó que los compuestos fenólicos permiten sostener que el vino proporciona mayor beneficio respecto de los accidentes ateroscleróticos, que cantidades equivalentes de alcohol suministrado por otras bebidas como los espirituosos. Estos compuestos cumplen con las expectativas que se han creado en torno al mayor efecto beneficioso del vino. Dentro del grupo de bebidas alcohólicas, el vino tinto es el más rico en estos compuestos. Además, la pluralidad de propiedades antioxidantes de estas sustancias permite conferir al vino un papel verosímil en la inhibición o en la interrupción de los procesos oxidativos que rigen en las enfermedades cardiovasculares.
Según el reputado oncólogo oftalmológico colombiano doctor Carlos Alberto Calle, el consumo moderado de vino tiene efectos positivos para el organismo, siempre que se trate de personas adultas y sanas. Aumenta el nivel de colesterol asociado a las lipoproteínas de alta densidad y reduce el colesterol unido a las lipoproteínas de baja densidad, respecto al habitual nivel que se da en personas abstemias. Este aumento del colesterol “bueno” y descenso del “malo” disminuye los riesgos de enfermedades y accidentes cardiovasculares, y retrasa la aparición de la menopausia, lo que conlleva un menor riesgo de sufrir osteoporosis y enfermedades coronarias.
Por estas razones, el consumo moderado de vino, una copa para las mujeres o dos copas para los hombres, sin que se excedan las cinco onzas diarias, traen enormes beneficios para la salud o si no recordemos el famoso refrán: “Bonum vinum leatificat cor hominis” (El buen vino alegra el corazón de los hombres).