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VINO Y ARTE, POR JOSÉ RAFAEL ARANGO, SOMMELIER

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Son el vino y la obra de arte hijos de una búsqueda, de una necesidad de expresar, del reto por hacer material lo que se siente. Por lo general se les aprecia en caminos diferentes, sin embargo, cuando se conjugan en uno, el resultado hace más tentador el argumento para apropiarse del producto de su comunión.

 

La relación entre el vino y el arte es única, particular, indivisible y eterna, ejemplo vivo de esta unión son las cada vez más elaboradas y bellas etiquetas que vemos en el mercado. Por ejemplo el norteamericano Paul Hobbs, uno de los “flying winemakers” más famosos del mundo, tiene al artista californiano Chuck House quien hace todos los diseños para adornar sus vinos.

 

Otro caso similar es el de la bodega argentina Navarro Correas, una de las casas más antiguas del continente fundada en 1798 por don Juan de Dios Correas, compañero del general San Martín en las campañas por la independencia de la Argentina, Chile y Perú. En el año de 1974, don Edmundo Navarro Correas, descendiente directo del fundador, tomó las riendas del viñedo y se rodeó de una pléyade de artistas e intelectuales que comenzaron a frecuentar el tradicional viñedo, de esta manera, reunió a algunos connotados pintores argentinos para que, inspirados en uno de sus vinos, el Reserva Malbec, pintaran una obra de arte. La acumulación de estas pinturas dio como resultado la instauración de una pinacoteca en el viñedo, que fue llamada la “Colección Privada”, nombre que luego designó a la línea reserva de vinos Navarro Correas y que fue adornada en sus etiquetas con estas bellas pinturas año a año.

 

En las etiquetas de Navarro Correas Colección Privada se destacan las obras de artistas argentinos como: Luis Felipe Noé, Josefina Robirosa, Nicolás García Uriburu, Carlos Alonso, Leopoldo Presas, Carlos Gorriarena, Pablo Edelstein, Antonio Berni, Pérez Celis, Rómulo Macció, Roger Mantegani, Antonio Seguí, entre otros (www.ncorreas.com).

 

Inclusive algunas connotadas bodegas adornan sus etiquetas con pinturas clásicas como lo hace el Brunello di Montalcino “Castel Giocondo” de la casa Frescobaldi, que ostenta en su etiqueta los soberbios frescos del palacio comunal de Siena (Palazzo Publico) pintados por Simone Martíni en 1328 (www.frescobaldi.it).

 

El mero hecho de fabricar vino es un arte en sí mismo y si la historia no le dedicó una musa vigía y protectora a esta práctica, los panteones egipcio, griego y romano le otorgaron una deidad a su invención (Osiris, Dionisos, Baco respectivamente), hasta la Biblia puso en manos del patriarca Noé su creación para la raza humana una vez salvada del diluvio.

 

Nos dice Mauricio Wiesenthal* que “La historia del Vino es la historia del Arte”. Toda expresión artística ha tenido que ver de manera íntima con esta noble bebida: danza, literatura, escultura, teatro, música y por supuesto pintura han cantado y expresado de mil maneras su alianza final e irrevocable con el regalo de los dioses.

 

Basta recordar los grandes poetas clásicos como Homero, Virgilio, Ausonio, Safo cantando loas a la dulce embriaguez del vino y modernos como Rubén Darío, Baudelaire o Borges haciendo lo propio en nuestros días, han inmortalizado al dulce mosto de la vid.

 

En materia de pintura, desde aquellas bellas ánforas griegas de fondos rojos con figuras negras hasta la Última Cena, de Dalí, el vino se ha inmortalizado en los lienzos de los pintores más famosos del universo. Maestros como el Giotto (siglo XIV),  el flamenco Gerard David (siglo XV) o Paolo Caliari, llamado el Veronés (siglo XVI), pintaron maravillosas escenas de las bodas de Caná y lo propio hicieron Leonardo da Vinci (siglo XV), Tintoreto (siglo XVI) o Salvador Dalí (siglo XX) al pintar la Última Cena, en donde el vino resultaba ser el gran protagonista de la obra, sin olvidar otro tema recurrente como los Dionisos o Bacos que pintaron Caravaggio, Diego Velázquez, Tiziano o Peter Paul Rubens.

 

Esta fusión fue llevada a su máxima expresión por la casa francesa Mouton Rothschild, poseedora de uno de los cinco vinos “Grand Crus” de Médoc, que es a su vez uno de los vinos más reconocidos y famosos del mundo. En el año de 1945 el barón Philippe de Rothschild decidió dedicar la etiqueta de su vino Mouton al triunfo de los aliados y encomendó al novel pintor Philippe Jullian la tarea de diseñar la “V” de la victoria seguida de la leyenda: “1945 Anné de la Victoire”. Esta práctica de ilustrar la etiqueta por parte de un artista de talla mundial se convirtió en la regla de esta prestigiosa casa vitivinícola.

 

Es así como artistas de la talla de George Braque, Salvador Dalí, Roberto Matta, Marc Chagall, Francis Bacon, Joan Miró, Andy Warhol o Rufino Tamayo pintaron esta legendaria etiqueta y hasta parientes cercanos de Pablo Picasso y Vasili Kandinsky donaron, de manera póstuma, obras de estos maestros para engalanar las botellas del magno vino bordelés.

 

Es interesante saber que los artistas no reciben dinero como pago por su trabajo, sino un par de cajas de este grandioso caldo, una, por supuesto, con la añada de su creación y otra con una selección de los mejores años (ver: www.bpdr.com).

 

 

Vino y Arte hacen una simbiosis mágica y maravillosa, por eso el vino será al paladar, lo que la pintura a los ojos, la música a los oídos o la escultura al tacto y además será la musa de inspiración de los  grandes maestros de todos los tiempos. Ojalá lleguemos al estado de gracia de Hemingway cuando afirmó:

“Beber vino no es un esnobismo, ni una señal de sofisticación. No es un culto, es tan natural como comer y para mí igual de necesario”. Sigamos esta noble inspiración.

 

*Enólogo y escritor gaditano autor de El libro de los réquiem, Ed. Edhasa; Diccionario del Vino, Ed. Salvat.

 

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