
El premio nobel de literatura visitó la redacción del medio uruguayo Búsqueda, semanario para el cual escribe una columna desde hace veinte años. Del encuentro surgió esta entrevista. Los apartes que reproducimos en estas páginas responden a una serie de preocupaciones que han venido siendo discutidas por el comité editorial de la revista ANDA.
–¿Cómo ve al periodismo de hoy?
–Yo creo que el periodismo vive un período, digamos, difícil, porque lo que la gente quiere cuando abre un periódico es entretenerse y divertirse. Creo que mucho más que informarse, quiere eso. Lo mismo ocurre cuando las personas encienden la televisión o ponen la radio. No digo que sea todo el mundo, pero la gran mayoría busca fundamentalmente divertirse. Eso ha ido empujando cada vez más al periodismo a dar ese tipo de información sorprendente, escandalosa y novedosa, porque es lo que engancha realmente al gran público. Hay un público de élite, pero es un público muy minoritario con el cual no puede sobrevivir un órgano de prensa importante. Se trata de un fenómeno global que se da en los países más cultos y en los países más subdesarrollados.
–¿A qué obedecería esto que usted dice que está pasando?
–Para mí, esto es expresión de un fenómeno mucho más general que afecta a la cultura, no solamente al periodismo. Toda la orientación de la cultura en nuestro tiempo va en esa dirección: distraer, entretener y divertir. Se ha convertido en una forma de escapismo. Y el periodismo escandaloso, el periodismo amarillo, que tiene tanta presencia hoy en día, es un efecto de esa orientación de la cultura.
–Si eso es cierto, ¿cómo hacemos para sobrevivir quienes intentamos producir periodismo de calidad y no periodismo de escándalo?
–Bueno, que sobreviva Búsqueda ya es un síntoma y una prueba de que los milagros ocurren [risas]. Pero hombre, creo que hay nichos que permiten que sobrevivan los periódicos serios. Sin embargo, pienso que ese fenómeno al que me referí antes es una realidad que ha afectado a todos los periódicos. Yo lo he visto en Londres, por ejemplo. Recuerdo cuando llegué a Londres lo que era The Times. Y no hablo de contenidos ideológicos; no. Hablo de presentación gráfica. Y recuerdo que The Times trasuntaba, tanto en su presentación como en sus contenidos, la extraordinaria seriedad de los periódicos ingleses. Y luego vi cómo a partir de los años sesenta el amarillismo empezó a conquistar cabeceras de playa en los periódicos. Creo que Rupert Murdoch es uno de los grandes responsables. Él asumió resueltamente esa línea a través de los periódicos amarillos de gran público, tuvo un éxito espectacular, y tan espectacular fue que los periódicos serios fueron poquito a poco contaminándose de amarillismo, incluido el periódico que era, pues, el símbolo de la seriedad como The Times. Siguen siendo, The Times y otros diarios ingleses, magníficos periódicos, pero en ellos hay clarísimamente hoy día una orientación que va en esa dirección porque es la que permite la sobrevivencia. Fíjense el caso de España, que es tan interesante. En España ustedes tienen a la “prensa rosa”, la prensa frívola que tiene mucho público, y los periódicos se mantenían más o menos serios. Pues eso ocurre cada vez menos. También por ahí va entrando el amarillismo, porque parece que es la única manera de sobrevivir para los periódicos independientes. Es, entonces, un fenómeno que me parece muy grave y muy serio de cara al futuro. Lo que no sé es cómo se podría evitar algo que, si viene de la orientación general de la cultura, no depende de un órgano de prensa ni muchísimo menos.
–¿Qué cree que va a pasar con los libros?
–Respecto a los libros existe la misma tendencia. No se ha llegado a una cosa catastrófica como en la pintura. Pero en los libros lo que prevalece es una literatura light, una literatura ligera, leve, una literatura de entretenimiento. Hay muy buenos escritores que escriben ese tipo de literatura. Se trata de una literatura no problemática, sino básicamente de entretenimiento. A veces es muy brillante, pero es una literatura muy efímera. Es una forma de escapismo. Si ya la orientación entera de la literatura es esa, vamos a perder una fuente muy, pero muy importante, de cuestionamiento de la realidad, de la vida política, de la vida social y de la propia cultura. La orientación, para mí, va por ese lado.
–¿Eso ocurre también con los escritores latinoamericanos?
–Creo que en América Latina eso se ve bastante bien en las nuevas generaciones. Cuando a los escritores jóvenes uno les habla hoy día de “compromiso literario” o de preocupaciones similares, ellos se ríen a carcajadas porque entienden que eso es una arrogancia estúpida de viejos que creían que con la literatura podían cambiar el mundo. Y entonces aceptan que la literatura es una forma de entretenimiento muy elevada, y que hay que resignarse a eso.
–¿Y eso no tendrá algo que ver con cómo escriben ahora los muchachos en sus chats, en sus blogs, en sus páginas de Facebook, en sus mensajes de texto o en sus cuentas de Twitter? ¿No tendrá algo que ver con lo que se ha dado en llamar “el lenguaje de Internet”?
–Internet ha acabado con la gramática, ha liquidado la gramática. De modo que se vive una especie de barbarie sintáctica. Así escriben los jóvenes hoy en Internet. Cualquiera de nosotros ha tenido la ocasión de ver cómo chatean los jóvenes y es aterrador. ¡Es aterrador! Realmente, parece que hubiera desaparecido toda forma de concordancia, que no hubiera ninguna obligación de procurar una corrección gramatical mínima. A mí me espanta eso, sinceramente. Quizá sea porque soy viejo, ¿no? Pero me parece que detrás de eso hay un peligro que no sé hasta dónde llegará. Si escribes así, es que hablas así; si hablas así, es que piensas así, y si piensas así, piensas como un mono. Y eso me parece preocupante. Tal vez la gente sea más feliz si llega a ese estado. Quizá los monos son más felices que los seres humanos. Yo no lo sé.
–Usted dice que, en parte, Murdoch cambió con su prensa sensacionalista los criterios y parámetros periodísticos anteriores. Pero Murdoch lo que hace es explotar una situación preexistente en la sociedad…
–Sí, claro. Pero él la atiza, la multiplica…
–...Usted dice que este fenómeno de banalización de la cultura tuvo su origen en los países más desarrollados. ¿La sociedad ociosa puede tener, entonces, parte de la responsabilidad en esto?
–Sí, es verdad. La prosperidad trajo un ocio y ese ocio se ha llenado de entretenimiento fácil. Pero el amarillismo es algo más grave, porque va a buscar la mugre, lo que hay de hediondo en las relaciones humanas y eso tiene un atractivo para la curiosidad morbosa que existe en todos nosotros. Si eso se alimenta y se atiza, al final alcanza una suerte de legitimidad. Y hoy día todo se puede decir y todo se puede mostrar. Nada resulta tan divertido como explotar la mugre humana y que las figuras que parecen más respetables aparezcan en calzoncillos o como unos seres absolutamente ridículos. Eso tiene un gran atractivo. Pero hay un enorme peligro en que se pierda completamente la respetabilidad de las personas o que desaparezca lo privado. Lo privado es importante en la vida, no solamente de las sociedades, sino de las personas, de los individuos, de las familias. Si eso desaparece enteramente, se puede llegar a un tipo de periodismo de mugre.
–Lo que parece haber es un cambio de reglas, de normatización, que tocan desde las faltas de ortografía hasta la definición de arte. La pregunta es: ¿hay un cambio de reglas o hay una especie de apocalipsis?
–Nosotros no sabemos lo que va a pasar en el futuro. A nosotros nos ha tocado vivir experiencias tales que la única conclusión que se puede sacar es que todo puede pasar. Nadie en el mundo, antes de 1989, no podía ni siquiera imaginar que la Unión Soviética iba a desaparecer y que el comunismo iba a desaparecer. Lo que queda de eso son cosas muy minoritarias.
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