Asociación Nacional de Anunciantes de Colombia
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Bogotá, Colombia

MIS SIETE CLAUDIAS

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La venturosa mañana de 12 de octubre, aniversario del descubrimiento de lo que después sería América, me despertó mi mujer Claudia Jaramillo con un beso inacostumbrado para felicitarme por recordar la fecha de nuestro aniversario, pues me había pasado toda la noche repitiendo dormido y en distintos tonos de voz: Claudia, Claudia, Claudia. Veintiún años atrás había hecho su celeste aparición en mi garçoniere de poeta tocado de publicista con una heliconia en la mano y en la otra su necesaire, pues acababan de despedirla de su puesto de mesera en Andrés Carne de Res, vaya uno a saber por qué, pero el caso es que estaba loca por mí.

 

 

Tenía 22 años menos que yo, y pensé que querría aprender de la experiencia de un discípulo avanzado de Miller, Nabokov y el Marqués de Sade sutilezas estilísticas que no estarían al alcance de las relaciones de su misma edad.

No hay mal que por bien no venga, es el consuelo paradójico que expresa mi bienaventurada cada vez que ocurre una desventura. En este caso la desventurada sería la anterior Claudia, quien había decidido empacar sus chiros e irse para Miami en busca de fortuna y olvido. Como el espacio en el ropero estaba vacío, ahí decidió la novilla meter lo suyo, sus mudas vaporosas, sus tenis, sus panties, sus negligés. Hoy agradezco a Andrés por el corte de su hermanita, que me ha permitido por tantos lustros el disfrute de carne fresca.

 

Me persiguen las Claudias. Como me persiguen los milagros de cada día, las divinidades hindúes, los viajes mar afuera, los libros y las botellas. Y eso que soy malo para cantar al amor; cómo será que ésta es la primera romanza que entono. Dedicada a la mujer que más me ha durado sin dejarme caer del recto sendero de la buena vida –más que mis engañosos amores eternos que fueron sólo parpadeos de primera vista–, y espero que me siga durando cuando la vida me la ponga dura.

 

Me pidió que, como presente de aniversario, le hiciera sobre esta nuestra cama que se ha desfondado 14 veces sin que haya tenido que ver el gorgojo, una reseña puntual de sus antecesoras, hasta donde la caballerosidad me lo permitiera. Ello, para estar prevenida frente a posibles chismes de caridad. No tuve que hacer mucho esfuerzo para acceder. Yo por ella hago lo que me pida, mientras no me afecte los hábitos ni me seque el bolsillo.

 

Te referiré, cariño, la verdad acerca de mis siete Claudias. Comenzaron a llegar cuando mi primera mujer, previsiva, después de leerme el tarot me tiró la maleta por la ventana, y me tuve que refugiar con mis libros y borradores en una pensión de viajeros.

 

Allí conocí a Claudia Uno, esposa de un pintor erótico-geométrico del que pronto se separó, era cantante y bailarina de tangos, todo un ciclón. Con un cuerpo tan impactante ni ropa necesitaba. La vestía de perfume y besos. Duramos 7 años.

 

Claudia Dos era profesora y sólo me visitaba los sábados pero me daba sopa y seco para toda la semana. Duramos 5.

 

Claudia Tres había escapado de un convento y estaba intacta. Era la virtud encarnada como una uña pero muy pronto me la ganó el feminismo. Al primer conato de bofetada me sacó revólver. Un día que me descuidé en el gimnasio me dejó por otra. Duramos 4.

 

Claudia Cuatro era una ejecutiva de raca mandaca. No se sabía si valían más sus gafas ahumadas que el Maserati. Me enseñó a comer con tres tenedores y a beber cada licor en su copa y cada vez que me llevaba a un motel era a Panamá o Puntacana. Duramos 7.

 

Otras dos Claudias tuve de las que no puedo dar pistas mayores porque las puedo perjudicar en sus historiales. Duré con cada una 9 años. En todo caso no fueron ni Claudia de Colombia, ni Gurisati.

Te tocó ser la Claudia Siete, mi corola de picaflor, pero ahí planté. Puedes estar segura de que a partir de ti no ha habido más Claudias.

 

Lo único que le preocupó fue que, haciendo la sumatoria del tiempo de mis relaciones, debía de tener cerca de cien años. Descuida, corazón, fueron simultáneas. Agradeció mi sinceridad. Me alargó otro beso y se fue a prepararme los huevos del desayuno –mientras que con el corazón livianito por la confesión me empeñaba en un solitario–.

 

Un hombre que ha tenido tantos amores es porque no tiene ni puta idea del amor, le confesé en la cocina. Es el único caso en que la abundancia es sinónimo de pobreza. Eso es lo que parece haberme pasado. Pero siento que me estoy resarciendo. Porque estoy seguro de que puedes hacer por siete. No me lo digas, escríbelo.

Ella sabe que lo que importa de un marido no es con quién se acuesta sino de quién se levanta. Y en 21 años no ha habido mañana en que no me haya levantado de ella.  Feliz aniversario, querida.

 

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