Asociación Nacional de Anunciantes de Colombia
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Bogotá, Colombia

NOS ESTÁN VULNERANDO EL DERECHO A LA DEMOCRACIA

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El país y la sociedad precisan de la voluntad conjunta de empresarios, publicistas, anunciantes, libretistas, periodistas, directores y de las autoridades que regulan la televisión. Juntos deberían pactar un gran acuerdo para el mejor manejo, no de un negocio más, sino de la más alta fuente de influencia social. Por Gustavo Castro Caycedo, escritor, periodista y consultor de televisión.

 

Si la  publicidad utiliza con éxito los mensajes positivos, ¿por qué no puede hacerlo la información? Se argumenta la unión familiar para anunciar seguros; los bancos utilizan la solidaridad y el amor; algunos productos hablan de la tolerancia; hay jabones que venden cariño, amor y protección a la naturaleza, y artículos para niños que propugnan la ternura. El café promueve el respeto a los demás y el nacionalismo; los automóviles exaltan los valores de la familia. y las gaseosas invitan a los colombianos a ser positivos.

 

Colombia tiene derecho a que se muestre su otra cara, a que los mensajes que se transmiten a través de los medios no sean solo de lo negativo, que sacrifican a la patria y convencen a las audiencias nacionales a la par que a la comunidad internacional de que los colombianos somos violentos, narcotraficantes o corruptos, siendo que la inmensa mayoría del país está constituida por gente de bien. Hay una censura injusta que viola el derecho a estar bien informados, porque lo que merece ser noticia se oculta, y por lo tanto se vulnera el derecho a la información y a la democracia. Se necesita un equilibrio en la presencia de las dos Colombias, la negativa, que tanto se muestra, y la positiva, que permanece injustamente casi anónima.

 

¿Por qué impactar con imágenes y escenas crudas y sangrientas, con modelos de los peores comportamientos humanos? La opinión pública está saturada de notas perversas; de ediciones, frases, diálogos, agresiones, gritos, libretos, de argumentos de desunión, odio, deslealtad, venganza, perversión, violencia sicológica, ambiental y física; “enriquecidas” con morbosas repeticiones de imágenes impactantes; de cámaras lentas que enfatizan lo sensacional; de tonos musicales o sonidos y recursos técnicos de consola truculentos.

 

R45P43G01No podemos olvidar que los medios, sobre todo la televisión y la radio, llegan a todos los rincones de nuestra geografía, aun a aquellos en los que no hace presencia el Estado; entonces, ¿por qué mostrar solo la oscuridad, la muerte, y el dolor producido por delincuentes y grupos minoritarios, perversos y desalmados?

La comunicación asumida con conciencia establece sus propios límites como la mejor forma de libertad. Sin embargo, la presión competitiva y la búsqueda de una mejor pauta publicitaria han llevado erróneamente a que haya quienes emitan o publiquen lo que sea, sin analizar las consecuencias, exponiendo como argumento justificativo la libertad de informar y el derecho de los ciudadanos a ser informados, así violen el código de ética, la reserva del sumario, la ley del menor, el derecho a la honra que tienen las personas. ¿Por qué avergonzar a unas personas por informaciones sobre familiares inocentes sometidos a escarnio público, o a mujeres agraviadas, despojadas de su honra, por informaciones falsas o malintencionadas; por rumores, chismes, o verdades a medias?

Infortunadamente el hecho de que en Colombia esté constitucionalmente prohibida la censura, ha hecho que algunos confundan la libertad de información con la libertad de conducta, que según ellos los legitima y habilita para hacer lo que sea, lo cual le causa daño al propio oficio, al periodismo responsable, a los derechos de los ciudadanos y a la democracia. El derecho a la información no es absoluto, como sí lo es el de la gente a estar bien informada. Ello implica responsabilidad social y una sólida madurez ante las circunstancias que vive el país, para informar en las  justas dimensiones.

 

El comunicador

Frente a una pléyade de periodistas mártires, asesinados o amenazados de muerte; de valientes que han defendido la profesión y la democracia; de periodistas exiliados por amenazas de muerte; de periodistas leales con Colombia y responsables con la sociedad; de los periodistas premiados internacionalmente por su profesionalismo, hay otros que defraudan el oficio.

 

Ni censura, ni silencio: imparcialidad, veracidad, responsabilidad y respeto es lo que se pide a los  comunicadores que incumplen el código de ética, afectando el bien común y desperdiciando el gran poder del medio que debería estar del lado de la sociedad, de su convivencia pacífica y no como caja de resonancia sensacionalista de la violencia y el odio, para buscar audiencia.

 

El país demanda más periodistas que no confundan la información noticiosa con sus propias opiniones. Formados con rigor, capaces, que acepten críticas. Que no sean improvisados y ligeros, que vean en su trabajo una herramienta útil para construir un mejor país y una mejor sociedad. Necesita de un periodismo trascendente, firme, que investigue y denuncie lo denunciable, que no calle. Sin intereses personales, que busque el beneficio de sociedad, es decir, honesto y responsable. Cumplir éticamente no se trata de un favor que el periodista o el comunicador le hacen al televidente, al oyente, al lector; no, es un deber moral.

 

Entre las bombas, el homicidio y el secuestro; entre el horror que ha puesto a prueba el valor y el coraje de los colombianos y con el ejemplo de una imbatible alegría, que nos muestra muy superiores a nuestra desventura, el periodismo tiene profundas responsabilidades que no puede traicionar. Una de ellas consiste en descubrir el país oculto que por ser positivo casi no se muestra, porque según algunos, terriblemente equivocados, “eso no vende, lo que  vende es la sangre”. Estamos de acuerdo en que la violencia se ha ensañado con Colombia, se trata de una realidad que no se puede esconder y que debe ser tratada con responsabilidad, pero también debe constituirse en un reto transmitirla, de tal forma que construya, porque en los últimos años, al querer mostrarla, se la ha posicionado de tal manera que incluso aquellos que tienen toda una vida por delante, en cuanto aprenden de sueños y de fantasías emulan al traqueto y al sicario.

 

 

Comunicar no se puede convertir en una excusa

Abraham Lincoln dijo: “No se puede promover la hermandad, promoviendo los odios”. ¿Qué contestaría un periodista sensacionalista si su hijo le preguntara: papá, cómo te fue hoy en tu trabajo? ¿Sería capaz de decirle la verdad?: Hijo, hoy calumnie a un funcionario; irrespeté a un moribundo; fui morboso con un secuestrado; hice la apología de la violencia y convertí en show una tragedia, al repetir en forma sensacionalista las imágenes. Y para mañana tengo pensado atraer audiencia con unas notas de sangre tomadas desde un buen ángulo; violar el Código del Menor mostrando a un niño víctima; poner en peligro a un testigo, enfocándolo cuando da declaraciones; juzgar sin ser juez a un sindicado, condenándolo sin que la justicia se haya pronunciado; vengarme de alguien que se atrevió a no estar de acuerdo conmigo; hacer avergonzar a una joven que fue violada, y si hay una masacre, mostrar en primer plano los cadáveres mutilados y a los familiares de las víctimas llorando.

 

Hace 44 años me vinculé a la televisión como periodista, y llevo 35 estudiándola, investigándola y criticándola; siempre he trabajado por la defensa de los derechos de los televidentes. Nunca he sido partidario de la censura informativa, ni de que los medios callen lo que sucede. Valoro el inmenso poder de influencia social de la TV, tanto como la libertad de información.

 

Escribo con autoridad moral, en noviembre de 1983, tres meses después de posesionarme como director de Inravisión, cumplí mi promesa voluntaria de restituir la emisión de los programas de opinión y de debate, “desterrados” años antes de la televisión por orden oficial. Y lo cumplí. El periódico El Tiempo, con el título: “Directores de noticieros y nuevas normas de televisión”, dijo, el 5 de noviembre de 1982: “El criterio unánime de los directores de los noticieros fue que Inravisión les entregó posibilidades de libertad periodística, de agilidad de la noticia e incluso, de apertura comercial. A partir del lunes, los noticieros podrán presentar entrevistas en estudio, recurso que estaba prohibido; igualmente regresarán a la TV los programas de opinión”.

 

Como director del Noticiero Cinevisión establecí nuevas políticas basadas en la responsabilidad periodística, el respeto a la teleaudiencia y la ruptura total del noticiero con el sensacionalismo.

 

Las heridas que causa una comunicación sin ética

Hay personas que llevan en sus corazones la desesperanza de las heridas recién abiertas, y son hostigadas por cámaras y micrófonos que violan su derecho a la intimidad frente a los restos mortales de un familiar. Se anuncian extras que no lo ameritan, y se convierten en espectáculo noticias sobre hechos dolorosos. Para los sobrevivientes del horror ver que en la TV dan espacio a sus verdugos para que cuenten detalles de sus crímenes, representa una humillación. En las etapas de las investigaciones, en reclusión o en la clandestinidad, violadores de menores, atracadores, y violentos se muestran como si fueran inocentes. Hay familias vulneradas por el daño irreparable que causa el juicio de periodistas que condenan, como si fueran la justicia.

 

Tristemente existen periodistas invasores de la privacidad, que dan noticias falsas, sensacionalistas o tendenciosas, que no respetan la tragedia humana y practican orgías de sangre en la pantalla; que son arrogantes, pendencieros, revanchistas, exagerados y a veces mentirosos; que enfrentan a las personas para que peleen, en lugar de buscar que se desarmen los espíritus; que propagan encuestas mentirosas; que crean y derrumban ídolos a su antojo; que exageran y que poseen extrañas y peligrosas filosofías, sin entender que no tienen ningún privilegio constitucional para dañar a las personas o para darles a veces más valor a los victimarios que a las víctimas.

 

Bases para construir la paz

R45P44G01Sólo por citar un ejemplo: ver televisión es la segunda actividad de los niños colombianos, después de dormir, y la primera de quienes no tienen empleo. Ella enseña, y sus mensajes generan imitación; impactan al ser humano a través de los sentidos del oído y la vista; intervienen en las relaciones sociales; sientan pautas de comportamiento, estilos de vida, consumo de productos y servicios, modas, vocabulario, y muchas veces proponen los peores modelos humanos.

 

Si las gaseosas, entidades financieras, cremas para dientes, golosinas, jabones, y muchos productos más convencen a su público por medio de la TV, ¿cómo podríamos negar que esta también “vende” salud, educación, bienestar…, o violencia, cultura mafiosa y modelos humanos negativos? Por algo, más de 50% de la pauta publicitaria es destinada por las empresas a la televisión.

 

Eso nos hace preguntar: ¿Qué país proponemos como modelo a través de algunos programas de la TV en circunstancias tan delicadas como las actuales? Este medio podría cumplir con una doble utilidad, no excluyente, que permitiese la simultaneidad entre las rentabilidades económica y social. En otras palabras, que estando dentro de un sistema de libre empresa, su programación permitiría grandes beneficios yendo de la mano en esas dos metas; informando, recreando y proponiendo la construcción de mejores modelos de identificación para los menores, la juventud y los adultos, con responsabilidad, y reflexión sobre la problemática política, económica y social del país.

La enorme capacidad didáctica de los medios y sobre todo de la televisión ha demostrado que estos sirven para motivar el sano nacionalismo o la convivencia, la solidaridad, la tolerancia, la justicia social, que son bases fundamentales para construir la paz.

 

El país les debe mucho a quienes se sirven de los medios para comunicar, entre otros guionistas, músicos, escritores, directores, actores y sobre todo a los periodistas: su valor para denunciar públicamente la corrupción y los desmanes; sus campañas sociales y cívicas; la orientación a la ciudadanía frente a los riesgos de tragedia; su sacrificio por informar profesionalmente, cumpliendo su compromiso social; sus actuaciones en favor de los derechos individuales y colectivos de los colombianos; la interpretación de las necesidades, problemas y expectativas de las comunidades; y hasta la entrega de la vida de muchos de ellos, como pago a su valiente lucha contra la delincuencia y la corrupción, o estar del lado de las causas justas, son muestra ejemplar de cómo sus acciones pueden repercutir en favor de la construcción de la sociedad.

 

Por eso, el privilegio de participar en la construcción de una sociedad civil positiva, fuerte y en paz, desde medios como la televisión, la radio, el cine, la prensa, las revistas y la Internet, debe ser una apuesta común y consistente ajena a los intereses particulares. Ya que dicho privilegio mal utilizado, puede agotar la fe y la confianza de la gente, llenándola de derrotismo y anestesiándola frente a la violencia y las tragedias y aún más, puede empezar a dar a luz hijos sin rastros de valores y moral.

 

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