
Fueron mujeres que, en su larga trayectoria de vida, cumplieron –y de qué manera– con la tarea que escogieron, encaminada a contribuir con la construcción de la historia cultural de la sociedad colombiana. No eran ni mujeres de Estado, ni políticas, ni guerreras, ni religiosas. Ese aporte, inmenso y perenne, lo hicieron en el delicado y sensible espacio de la vida cultural. Por Gustavo Vasco, abogado, asesor y consultor económico.
SONIA, EL BALLET DE LA PATRIA. Colombia poseía una gran riqueza de ritmos que se consideraban folclor, algunos; muchos otros, ritmos simplemente populares, diseminados todos en nuestra vasta geografía. Muchos de ellos correspondían a aires de músicas regionales, con reconocimiento, mucho o limitado, en alguna de las ocho regiones que sus identificaciones e idiosincrasias las hacen bien distinguibles. El Chocó o la costa caribe, el Valle de Cauca, o el altiplano cundiboyacense extendido a lo largo de la cordillera Oriental desde Cúcuta hasta Neiva; y, en frente, los Llanos Orientales. Son regiones con sus propios ritmos. Pero casi con un común denominador, la mayor parte de ellos, y es que aparecían opacados por una presentación pobre y hasta rudimentaria. En ciertos casos carecían de una adecuada vestimenta de gala y de unos intérpretes disciplinados y convencidos. No solo los bailarines, también los músicos y los escenógrafos. Tampoco se contaba con la necesaria compenetración artística de todo el personal que se encargaba del detrás de escena.
La transformación de ese panorama de riqueza, pero de dispersión y espontaneidad en la danza popular en Colombia, empezó a tener lugar con la llegada de una persona, llena de ambición, de firmeza, de naturalidad, al ya muy tradicional Carnaval de Barranquilla. Sonia viajó desde Bogotá hasta Barranquilla seducida en toda su vibrante humanidad por el ritmo caribe y allí, con un grupo de jóvenes disciplinados y una deslumbrante coreografía, constituyó el Ballet Folklórico, cuyo nombre habría de figurar en las carteleras de los más importantes teatros del mundo.
Apoyándose en su valiosa experiencia resultante de su tarea estructurante en el Carnaval de Barranquilla y en los variados y enriquecedores acercamientos que esa tarea le proporcionaría, Sonia, con ese grupo de ballet que se conoció como el “Ballet de Colombia” y que hoy lleva su nombre, construyó con los ritmos más entrañables y representativos de cada región, el MAPA del baile popular y folclórico de todos los rincones de Colombia. Y presentó estos bailes en el marco de la espectacular coreografía ideada y elaborada por ella, con todo su riguroso proceso, que culmina con el deslumbrante despliegue en la escena.
Tuvimos el privilegio de encontrar a Sonia, por primera vez, en la Ciudad Universitaria de París, a comienzos de la década de 1950, acompañada por el, en ese entonces, joven y promisorio pintor barranquillero Alejandro Obregón. Y nunca hemos olvidado la escena que nos tocó presenciar, en la que este artista, que siempre manejó una atractiva arrogancia, se postró a los pies de Sonia para colocarle las zapatillas de danza, para un espectáculo que esa tarde se presentaría en la Maison de l´Amérique Latine (en el cual también participaba, mi esposa, la cantante brasileña Sylvia Moscovitz).
No podía esquivar la narración de ese episodio, pues allí nació una amistad que, por fortuna nuestra, perduró, inalterada, a lo largo de nuestra ya extensa existencia.
Todo eso nos permite dar testimonio de que, la organizadora y, por qué no repetirlo, la constructora del MAPA de la música y del baile popular y folclórico de Colombia, fue una mujer seria, firme y decidida. Para los logros de toda agrupación humana, ello es sabido, se necesita, en todo momento y en todas las tareas, de una disciplina sin concesiones. Y de alguien que tenga el don de imprimirla, con un gran bálsamo, que es el afecto, el amor.
Hasta aquí el recuerdo y la añoranza de Sonia, y su “Ballet de Colombia”.
¿Y Gloria?
GLORIA, EN LA RADIODIFUSIÓN COLOMBIANA
En los años iniciales de la segunda mitad del siglo XX el medio de comunicación dominante en Colombia, y de lejos –no había llegado la televisión–, era la radiodifusión. En ese medio, en el cual predominaba una tupida selva de frenéticos sonidos, apareció una voz amable, con suaves matices y que, además, era la voz de alguien que se ocupaba de temas nada frecuentes en la radiodifusión de la época. Gloria Valencia de Castaño, nombre que ha quedado inscrito con grandes caracteres en las páginas de la historia culta de la radio y la televisión colombiana, les proponía a sus oyentes un acercamiento a los bienes de la naturaleza, animales y vegetales, lleno de cuidado y de respeto. Sin que posteriormente, cuando llegó a nuestra sociedad la preocupación por todos los aconteceres que encajaban dentro del vasto universo de la ecología, término este que hasta el presente, infortunadamente, ha carecido de linderos definidos, Gloria llegara a ser una ecologista, ni superficial, ni fundamentalista. Pero Gloria, antes de la llegada a la televisión, no fue, apenas, una afortunada y novedosa usuaria de la radiodifusión. Fue, además, en unión con su esposo Álvaro Castaño Castillo –notable hombre de la cultura en Colombia–, forjadora de una institución realmente ejemplar por su robusto contenido de cultura. Esta pareja sin par en nuestro medio, concibió, organizó y puso al aire, con la colaboración de un puñado de amigos, todos, como ellos mismos, dependiendo económicamente sólo del fruto de su trabajo y sus talentos, la emisora HJCK - El Mundo en Bogotá, dirigida a una franja selecta de oyentes, definida por ellos como “la inmensa minoría”.
En el momento de su aparición, la HJCK, fruto de una iniciativa y de un esfuerzo de un grupo que hoy se calificaría de emprendedor, solo compartía la sintonía en su franja de oyentes exclusivos con la Radiodifusora del Estado colombiano, en el ámbito de la cultura.
Para fortuna del país, el ejemplo de este grupo privado, adelantado con recursos siempre escasos, ha inspirado a varias instituciones universitarias en el empeño de constituir radiodifusoras con contenidos enteramente culturales.
Fruto más que sobresaliente del ejemplar camino recorrido por la HJCK, lo constituye la que se identifica en el dial como la 106.9, Emisora de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, la cual cuenta hoy con la erudición, la sabiduría, el buen gusto y el amor por el oficio del insuperable Bernardo Hoyos.
Para culminar estos apuntes sobre Gloria y la radiodifusión colombiana, es preciso hacer un señalamiento del archivo, cuidadosamente conformado y conservado, de la emisora HJCK, archivo que contiene parte muy importante del acontecer cultural en la segunda mitad del siglo XX.
GLORIA, EN LA TELEVISIÓN
Cuando la televisión hizo su aparición en Colombia en el año de 1954, a este nuevo medio trasladó Gloria todas las virtudes, las capacidades y el talento con los que había logrado instalarse en la radiodifusión, como uno de sus más sobresalientes protagonistas. Solo que en la llamada pantalla chica nuestro personaje poseía una especial calidad, la que contribuyó, rápidamente, al logro de la admiración y de las preferencias de toda la franja educada de televidentes. Gloria, en la pantalla, añadió su hermosa y delicada presencia. Gloria tuvo una belleza serena y amable. Sin las estridencias o las llamativas atracciones que, al parecer, constituyen el mayor atributo de aquellas que aspiran al calificativo de “divas”.
Gloria no fue “diva” ni aspiró a ser una “diva” de nuestra televisión. Por eso, bien pronto se la reconoció como la “GRAN DAMA de la televisión colombiana”. Labor que desempeñó con inmensa dignidad, con gracia y con valioso talento, hasta los días finales de su fructífera vida.
Gloria encontró la fórmula para elaborar y llevar a la pantalla contenidos que cumplieran la función de entretener a los televidentes sin ninguna concesión a lo vulgar o al mal gusto, con las mejores reglas de un arte refinado y con el aporte de novedosos conocimientos. Fue alguien que se comportó siempre con una reposada dignidad; en todos sus actos había siempre una discreta elegancia; manejaba grandes dosis de información con sabiduría y templanza; sus expresiones de amistad estaban llenas de una cálida franqueza, de cariño, de respeto por el otro y de una inigualable cortesía.
Una vida con una gran devoción hacia su público, inmenso, toda la “inmensa minoría”; nunca permitió que su tarea pública deteriorase, en lo más mínimo, su vida privada y, sobre todo, su estrecha alianza con su esposo, inseparable en su tarea de cultura. Álvaro y Gloria constituyeron una ejemplar pareja en que cada uno servía de soporte, de ayuda, de aliento, todo ello lleno de amor, para con el otro. En su hogar siempre se respiró una atmósfera impregnada de cultura sin pretensiones, sin dogmas, sin imposiciones.
Lo antes afirmado, lejos de ser simple retórica, es el testimonio de quienes a lo largo de la vida, y por circunstancias variadas, no siempre de índole profesional, tuvimos la fortuna de acercarnos, con afecto y respeto, a esta admirable pareja.