Tan importante o más, quizá, que la Responsabilidad Social Empresarial, es nuestra propia responsabilidad social. Ella se debe alimentar a diario y sin límite de tiempo y edad del aprender y el enseñar. Por Julio Echeverry Saavedra, publicista.
Hoy se habla mucho de la Responsabilidad Social Empresarial, que trasciende el hecho de hacer un buen producto, con la calidad equivalente a su valor, a un precio acorde con las prestaciones que nos brinde; que implica el serio compromiso de ofrecerle al equipo humano que lo produce asistencia correcta en seguridad social y capacitación; que atiende al cuidadoso mantenimiento y actualización de las instalaciones fabriles; y que significa construir una sólida red de distribución para que esta sea abundante y cercana. Además, el empresario, por naturaleza, debe ser, en todo momento, un ciudadano ejemplar que incite a la sociedad en la que actúa a superarse constantemente.
Creo que, de manera similar, hay una responsabilidad social personal, que no es nada distinto de velar porque nuestra vida, que es un don precioso otorgado por Dios, o por esa “inteligencia ordenadora” de la que hablara el maestro Luis López de Mesa, sea útil a la humanidad, en todo instante, hasta su natural término. Para cumplir esta misión, es imprescindible enseñar y aprender, aprender y enseñar, por los siglos de los siglos. Esto me recuerda la “Cátedra de Ciudadanía”, tan esperada.
Estoy seguro de que si asumimos con entereza nuestra responsabilidad social personal, la paz estará cada vez más cerca de nosotros. ¿No les parece?
Recientemente, un amigo me preguntó: ¿Tú todavía vas a cursos, conferencias, talleres y congresos? Y me miró con ojos entre inquisidores, incrédulos y asombrados. Yo hubiera podido darle la respuesta obvia y grosera. Pero preferí contestarle con mis bien cimentados argumentos.
Mira, le expresé: a diferencia de nuestro admirable bardo maldito, Miguel Ángel Osorio, aplaudido en lengua española bajo el seudónimo de Porfirio Barba Jacob, quien decía que la “la vida está pasando y ya no es hora de aprender” (no es cita textual), yo afirmo que la vida está avanzando y siempre es hora de aprender.
Otro ilustre colombiano, Gonzalo Canal Ramírez, notable intelectual y cultor fascinante de las artes gráficas, que exigía como título profesional el de “tipógrafo”, sostenía que “envejecer no es deteriorarse”, título de un libro enjundioso que escribió sobre el tema y que, en su momento, por mera curiosidad de lector insaciable, tuve la oportunidad de leer. Lo allí expuesto es, para mí, totalmente cierto.
Mientras el cerebro humano, esa maravilla de la naturaleza, se mantenga activo dentro de un cuerpo aceptablemente cuidado, la vida sigue su camino, quizá no con el mismo paso impetuoso y firme de las edades juvenil y madura, pero sí con igual interés.
Nadie está exento de que, a la luz de alguna peripecia, alguien nos solicite un consejo o una explicación; y es tranquilizante saber que, a ese alguien, se le puede ayudar, no apenas con la prontitud deseada y el ánimo solidario, sino también, y aquí está la almendra del cuesco, en forma ilustrada, con el objetivo de que la asistencia sea eficaz en todo sentido.