Asociación Nacional de Anunciantes de Colombia
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Bogotá, Colombia

¿Por qué necesitamos el referente externo?

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Por qué será que en Colombia tendemos a comparar lo bueno de los otros con lo malo; a veces somos autodestructivos, y casi siempre consideramos lo que opina el otro, más valioso que lo que opinamos nosotros. Por Pedro Medina, líder de Yo Creo en Colombia.
Hace unas semanas tuve a ocho suizos en mi casa. Me hicieron una pregunta: “Por qué los colombianos siempre nos preguntan, ¿qué opinan de nosotros?; en Suiza nadie le pregunta a uno eso”. Encuentro que muchos extranjeros se sorprenden de que los colombianos andemos pidiendo retroalimentación de los extranjeros sobre lo que somos, lo que hacemos, lo que tenemos y lo que parecemos. Tengo una teoría sobre esto y es que Colombia es un país adolescente.
Los adolescentes pueden tener algunas de las siguientes características: tendemos a compararnos negativamente –a comparar lo bueno de los otros con lo malo nuestro y a descontar lo bueno; a veces somos autodestructivos; y consideramos el referente externo–, es decir, lo que opina el otro es más valioso que lo que opinamos nosotros.
Hablo mucho con mochileros que visitan Colombia. Recientemente invité a almorzar a Amanda Chan, de la Fundación de Bill Clinton, quien vino como mochilera. Ella se mostró sorprendida por la amabilidad y la felicidad de los colombianos. Muchos se han burlado del hecho de que Colombia aparece como la nación más feliz del planeta en el 2004 y en los primeros puestos desde entonces. Un amigo me decía en mofa que ese estudio seguramente estaba ensamblado por “unos publicistas que se fumaron la verde”. Yo le corregí y le aclaré que el estudio mide 320 variables y es confiable.
El espíritu autodestructivo lo vemos en algunos medios de comunicación que insisten en perpetuar una imagen de narcotraficantes, corruptos y guerrilleros a través del cine, novelas y noticieros. Lo vemos también en los que ciegamente consumen esos productos. Y, por supuesto, en los que anuncian en esos medios pagando $45’000.000 por 30 segundos en El cartel de los sapos. Es una espiral descendente donde con la excusa de que “eso es lo que vende”, nos metemos en un facilismo y reduccionismo que genera la famosa desesperanza aprendida.
Y el referente externo nos pone a mirarnos con un espejo que no es el nuestro, a colocarnos en contextos erróneos.
¿Cuál es la solución?
Lo bonito de la adolescencia es que se le pasa a uno. Algunos seguimos siendo adolescentes de por vida, algunos evolucionamos. La educación puede desempeñar un papel protagónico. Rodolfo Llinás en una entrevista reciente en la revista Diners preguntaba: “¿Acaso usted recuerda los afluentes del Caquetá? ¿Los estudió?”. Luego agrega: “Es inmensa la cantidad de cosas que aprendimos pero que no sabemos porque no tuvieron contexto. En la educación le queman a uno el cerebro. A los niños hay que enseñarles a pensar, es decir, enseñarles en contexto”?.

 

Hace unas semanas tuve a ocho suizos en mi casa. Me hicieron una pregunta: “Por qué los colombianos siempre nos preguntan, ¿qué opinan de nosotros?; en Suiza nadie le pregunta a uno eso”. Encuentro que muchos extranjeros se sorprenden de que los colombianos andemos pidiendo retroalimentación de los extranjeros sobre lo que somos, lo que hacemos, lo que tenemos y lo que parecemos. Tengo una teoría sobre esto y es que Colombia es un país adolescente.

 

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Los adolescentes pueden tener algunas de las siguientes características: tendemos a compararnos negativamente –a comparar lo bueno de los otros con lo malo nuestro y a descontar lo bueno; a veces somos autodestructivos; y consideramos el referente externo–, es decir, lo que opina el otro es más valioso que lo que opinamos nosotros.

Hablo mucho con mochileros que visitan Colombia. Recientemente invité a almorzar a Amanda Chan, de la Fundación de Bill Clinton, quien vino como mochilera. Ella se mostró sorprendida por la amabilidad y la felicidad de los colombianos. Muchos se han burlado del hecho de que Colombia aparece como la nación más feliz del planeta en el 2004 y en los primeros puestos desde entonces. Un amigo me decía en mofa que ese estudio seguramente estaba ensamblado por “unos publicistas que se fumaron la verde”. Yo le corregí y le aclaré que el estudio mide 320 variables y es confiable.

 

El espíritu autodestructivo lo vemos en algunos medios de comunicación que insisten en perpetuar una imagen de narcotraficantes, corruptos y guerrilleros a través del cine, novelas y noticieros. Lo vemos también en los que ciegamente consumen esos productos. Y, por supuesto, en los que anuncian en esos medios pagando $45’000.000 por 30 segundos en El cartel de los sapos. Es una espiral descendente donde con la excusa de que “eso es lo que vende”, nos metemos en un facilismo y reduccionismo que genera la famosa desesperanza aprendida.

 

Y el referente externo nos pone a mirarnos con un espejo que no es el nuestro, a colocarnos en contextos erróneos.
¿Cuál es la solución?

 

Lo bonito de la adolescencia es que se le pasa a uno. Algunos seguimos siendo adolescentes de por vida, algunos evolucionamos. La educación puede desempeñar un papel protagónico. Rodolfo Llinás en una entrevista reciente en la revista Diners preguntaba: “¿Acaso usted recuerda los afluentes del Caquetá? ¿Los estudió?”. Luego agrega: “Es inmensa la cantidad de cosas que aprendimos pero que no sabemos porque no tuvieron contexto. En la educación le queman a uno el cerebro. A los niños hay que enseñarles a pensar, es decir, enseñarles en contexto”?.