Asociación Nacional de Anunciantes de Colombia
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Bogotá, Colombia

Alfonso y Luis Gabriel Cano: Ética y empresa periodística

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El reciente fallecimiento de dos figuras de la empresa periodística colombiana, Alfonso y Luis Gabriel Cano Isaza, resulta una valiosa oportunidad para reflexionar sobre el doble carácter de bien social-cultural y de bien económico que tienen los medios de comunicación de masas. La vida de estos dos hermanos, herederos de la Casa de El Espectador, es también una oportunidad para poner sobre la mesa debates necesarios relacionados con el poder, la ética y la responsabilidad de los medios como empresas y como instituciones sociales generadoras de contenidos. Por Marisol Cano Busquets, periodista, directora de la Fundación Guillermo Cano Isaza.

Académicos preocupados por el tema como los españoles Jesús Conill o Adela Cortina han llamado la atención sobre lo que Conill denomina economización de los medios, es decir, una situación en la que existe una “predominancia del factor económico, que es considerado prevalente sobre cualquier otro argumento social, político y cultural”. Dice que no basta con lamentarse por la creciente mercantilización y comercialización de los medios, sino que es necesario estudiar cómo se pueden instaurar en ese contexto unas condiciones adecuadas para ejercer la libertad de los ciudadanos.


Cortina, por su parte, utiliza dos conceptos interesantes. Resalta cómo hoy la financiación de una empresa mediática no procede tanto de su “producto informativo, a todas luces insuficiente económicamente, sino de la publicidad que esa empresa es capaz de atraer”. Y, en cuanto entra la publicidad, afirma ella, empieza a dibujarse un círculo vicioso: la publicidad económicamente potente les apuesta a programas, cadenas o periódicos con un índice de audiencia y lectura elevado que pueden conseguirlo utilizando la razón perezosa o bien optando por una razón diligente que combine atractivo y dignidad. No resulta una gran revelación señalar cómo la tendencia que hoy predomina es en la que brilla la razón perezosa. Razón perezosa y razón diligente son esos dos conceptos sobre los que bien valdría que pusiéramos los ojos para analizar la oferta de contenidos de nuestros medios de comunicación.


Al recordar a Alfonso y a Luis Gabriel Cano Isaza se podría pensar en ellos como dos profesionales que supieron, en compañía de su padre Gabriel, y de sus hermanos Guillermo y Fidel, apostarle a la razón diligente para garantizar la diaria presentación de un periódico que privilegiara la inteligencia, la independencia, el comportamiento ético y responsable, y la creación de productos de calidad para satisfacer las necesidades de información, expresión, deliberación y entretenimiento, sobre otros valores e intereses que paulatinamente han contribuido a desdibujar el papel de los medios como bienes públicos.


Quienes compartieron con ellos su cotidiana labor pueden dar cuenta de la manera como afrontaron los diversos conflictos que se viven en una empresa informativa, bien enunciados por Conill: aquéllos que se dan entre el poder político y el específicamente informativo; entre los propietarios y los directivos o profesionales a la hora de tomar decisiones en la empresa informativa; y los provenientes de la búsqueda unilateral de rentabilidad y beneficio a costa de la calidad del producto informativo, al reducir la información a una mera mercancía y desconsiderar su carácter de bien público y de servicio social. Conflictos a los que se sumaron los ampliamente conocidos en la historia de El Espectador, provenientes de las presiones políticas y económicas, de las arremetidas de la censura directa o indirecta, o de los brutales ataques de los poderosos grupos emergentes del narcotráfico.


Fueron sin lugar a dudas bastiones para cimentar la mayor riqueza que puede tener un periódico: la credibilidad. Como lo dijo Guillermo Cano en una de sus Libretas de Apuntes, escrita con motivo de la campaña de desprestigio que emprendieron diversos sectores de la sociedad colombiana en los años ochenta para minar la credibilidad del diario por su ya legendaria investigación sobre los autopréstamos del Grupo Grancolombiano, “la credibilidad de la prensa lleva envuelta todos los valores fundamentales del periodismo: la ética, la moral, la responsabilidad social, la veracidad, la objetividad. [...] Por eso cuando se pone en duda la credibilidad de un diario, y sobre todo cuando tal duda se inocula de manera maliciosa e insidiosa, temeraria y calumniosa, en la corriente de la opinión pública, el periódico afectado por su infamia debe luchar con la única arma de que dispone: la de la verdad de sus afirmaciones, hasta que ella quede mostrada a plena satisfacción del lector, que es un juez inapelable”.

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Alfonso Cano, el país en las líneas de sus manos
Alfonso Cano (1927-2009) quiso ser ingeniero, pero su padre se lo atrapó a las aulas de la Universidad Nacional para que lo acompañara en la aventura de dar solidez empresarial al periódico que había sido fundado en Medellín en 1887 y que operaba en Bogotá desde 1923. No trazó vías para comunicar al país sino para llevar a todos los rincones de Colombia ideas que fomentaran el debate, la construcción de una democracia madura y el respeto por la diferencia. Conoció como pocos a Colombia y a sus gentes logrando uno de los grandes éxitos de El Espectador: ser reconocido como el diario de mayor circulación nacional.


El ejercicio del periodismo es una constante vigilia, una misión si se comprende bajo los cánones de la tradición de pensamiento de la familia Cano. La disciplina, el rigor, la capacidad de trabajo, la responsabilidad y la honestidad con las que Alfonso Cano emprendió cada una de sus tareas, y su constante vigilia, conjugados con el profundo conocimiento que tuvo de la historia de El Espectador lo fueron convirtiendo en un protagonista, que poco figuraba, pero que atesoraba, interpretaba y difundía con claridad los principios fundacionales de un diario que en Colombia ha sido ejemplo de comportamiento ético intachable, de dignidad, independencia y valentía. Con su carácter sereno y el buen trato, ejerció un legítimo liderazgo desde la gerencia y desde su espacio editorial Columna de un Espectador, que empezó a escribir pocos días después del asesinato de su hermano Guillermo en 1986.


A pesar de ser una persona muy silenciosa tuvo lo que llaman un verdadero “don de gentes”. Su sensibilidad y su nobleza, su tremenda capacidad de comprensión y de respeto por el otro, hicieron que el recuerdo que hoy tienen de él cada una de las personas que tuvieron el placer de trabajar en El Espectador, sus amigos y su familia, no sea otro que el de un ser humano excepcional que supo hacerles grato el paso por la vida.

 

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Luis Gabriel Cano, timonel entre todos los vientos
Luis Gabriel Cano (1924-2010) quiso ser navegante y fue navegante. Navegó a sus anchas por el mar Caribe y las frías aguas del Atlántico canadiense. Amó la pesca y desafió los vientos. Pudo, como ser privilegiado que fue, ser timonel de botes de madera y de un barco de papel. Como buen marino aprendió a mirar lejos. Sus horizontes, siempre amplios, hicieron que El Espectador tuviera en él a un líder que le garantizó estar a la vanguardia nacional en las innovaciones que marcaron cada período del desarrollo de la empresa periodística en el contexto internacional.
Tuvo claro que la información no es una mercancía y que los medios no son un mero negocio. La ética de la responsabilidad y el ejemplo de su padre y de su abuelo moldearon su carácter de tal forma que le fue posible gerenciar el diario sin tener que renunciar a su independencia.


Su preocupación por el derecho a la libertad de expresión, amenazado constantemente y de muy diversas formas, lo llevó a impulsar desde la Sociedad Interamericana de Prensa, de la cual fue el primer colombiano en llegar a su presidencia, la importante Declaración de Chapultepec suscrita por múltiples diarios del continente americano en 1994. Una declaración que enfatiza en que la “la lucha por la libertad de expresión y de prensa, por cualquier medio, no es tarea de un día; es afán permanente. Se trata de una causa esencial para la democracia y la civilización en nuestro hemisferio. No sólo es baluarte y antídoto contra todo abuso de autoridad: es el aliento cívico de una sociedad. Defenderla día a día es honrar a nuestra historia y dominar nuestro destino”.

Volver al origen y traerlo al presente
Poco se ha escrito en Colombia sobre la historia de sus medios de comunicación como empresas informativas. Poco sabemos de las batallas financieras o jurídicas y de las estrategias emprendidas para garantizar la viabilidad y el sostenimiento de sus compañías por quienes tienen en sus manos una noble labor y una misión respetable y respetada por la sociedad como la del periodismo. Así como se ha historiado sobre el desarrollo de las ideas plasmadas en los diarios colombianos, bien valdría la pena historiar los procesos de creación, crecimiento, consolidación, modernización y proyección de las empresas que las cobijan.


r41p40g4En Alfonso y Luis Gabriel Cano el país tiene a dos empresarios y a dos profesionales plenamente conscientes de la responsabilidad social que implica gerenciar un medio de comunicación. Hay una historia por contar de dos figuras que estuvieron al frente de un periódico que, parafraseando a Gabriel, su padre, “no había marchado nunca hacia la derecha ni hacia la izquierda, sino hacia delante, y que nunca se prestó a servir de vehículo para la difusión de ideas distintas o contrarias a las que profesó y difundió permanentemente: las ideas liberales, simples, puras, sin calificativos superfluos, sin inútiles ubicaciones de centro, de diestra o de siniestra. Que en el terreno de los principios fundamentales defendió la libertad de conciencia, la libertad de expresión, la libertad de reunión y todas las libertades; propugnó todos los derechos del hombre, empezando por el derecho a la vida, y condenó la pena de muerte como sistema de castigo legal para las faltas humanas; trabajó por el progreso de la nación, de sus departamentos y de sus municipios; apoyó al trabajo, a la industria y al comercio honorables; estimuló a las artes y a las letras en todas sus manifestaciones; y, en fin, deseó servir los intereses legítimos, abstractos y concretos de la sociedad en que vivió”.

Volver sobre el pasado y recuperar memoria contribuye a comprender el presente y a dar nueva dimensión a una realidad insoslayable: no es esta una sociedad ni es esta una época en las que todo vale; no es Colombia un país que merezca unos medios que privilegian la razón perezosa y la información como mercancía. La reflexión sobre la ética en la empresa periodística y su responsabilidad social, el poder, la información como bien público y el papel de los medios de comunicación en el fortalecimiento de la democracia y la constitución de una ciudadanía madura están más vigentes que nunca.

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