Como colombianos aseguremos nuestra herencia, dando una mirada a los verdaderos maestros y a sus obras. Saquemos de la sombra y el menosprecio a aquellos que dejan surgir de sus manos uno de nuestros más bellos tesoros colombianos: la artesanía. Por María Isabel Restrepo R., directora de la Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo.
Desde antes del período colonial, incluso antes de la conquista, los artesanos colombianos han representado uno de los sectores más importantes de la economía nacional.
Hasta hace unos años, la transmisión y preservación de estos conocimientos sólo se hacía en los talleres de los propios artesanos, algunas veces entre familiares, de generación en generación o de maestros a aprendices. En un proceso en el que sin rigurosidades académicas definidas, quienes poseían el conocimiento enseñaban solo de acuerdo con las habilidades que los artesanos jóvenes iban demostrando y las cuales se enfatizaban y se especializaban a medida que el maestro iba descubriendo mayor destreza en su pupilo, se propició que cada vez menos personas se dedicaran a trabajar en oficios artesanales tradicionales. Lo anterior, sumado al afán de las familias incluso de hoy (y tal vez sobre todo de hoy) de ver convertidos a sus hijos en doctores ha desencadenado la pérdida de esta herencia.
Sin embargo, lo anterior no debería preocuparnos ya que hoy en día los artesanos colombianos son reconocidos en amplios sectores y muchas de las producciones artesanales de comunidades enteras son apetecidas por mercados internacionales. Pues son numerosos los factores que han contribuido a que esto suceda, y numerosas las personas con ideas maravillosas que han ayudado a sacar a nuestros artesanos del anonimato.
No es sino dar una vuelta por amplios sectores de la ciudad de Bogotá, de Cartagena, Medellín o Cali para ver mochilas wayúu por montones en versiones, digamos, originales y en versiones que siguen el ritmo de la moda. Y no solo mochilas, también pulseras de fibra werregue (como los canastos de Chocó), carteras de fibra de Tuchín (como los sombreros vueltiaos) y collares de cacho por no mencionar sino algunos accesorios de moda y no muebles u objetos para la casa.
Esto es bueno, ¡claro! Eso quiere decir que los artesanos venden, que sostienen a sus familias con el trabajo de sus manos y que sus condiciones de vida mejoran.
Pero está la otra cara de la moneda y es la del conocimiento artesanal y su transmisión y la del diseño original y su preservación. Mientras no dejemos de producir sombreros vueltiaos, pues hagamos carteras, pulseras, sandalias, portacelulares, viseras y un sinfín de objetos que ayuden a sostener la familia de estos tejedores.
Y que no perdamos los diseños de los canastos hechos de werregue ni su función de contener líquidos, que sigamos disfrutando del paisaje guajiro salpicado de mantas y mochilas multicolores que contrastan con la cara pintada de negro de las mujeres acariciadas por los vientos del desierto, a las que si tenemos suerte podemos ver caminando por las polvorientas carreteras. O que La Chamba siga siendo negra como su cerámica. Con esa condición, sí. Sigamos innovando, sigamos mezclando técnicas tradicionales para que no se pierdan en diseños contemporáneos, para estar en la línea de vanguardia, pero preservando nuestros oficios y sus objetos tradicionales que identifican aún a nuestras comunidades.
Liliana Villegas en una maravillosa charla sobre este tema, habla sobre “El diseño primero”, que es precisamente lo que viene siendo el sombrero vueltiao frente a las variaciones de los últimos tiempos o la ruana boyacense tradicional, frente a las nuevas combinaciones de colores y de fibras o las mochilas wayúu con sus diseños pertenecientes a cada familia frente a los últimos gritos de la moda.
Yo dirijo la Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo. Es una institución de capacitación técnica, no de diseño, y aunque a veces se nos reconoce por exhibir objetos de alta calidad con diseños muy contemporáneos, lo que buscamos es precisamente no dejar olvidar los procesos de un oficio de calidad ni el verdadero trabajo de las manos, que son finalmente las reinas indiscutibles de la labor colombiana artesanal desde hace muchas generaciones.