
Pero nada de esto es amenaza. No son los nuevos modelos del negocio, ni los nuevos formatos de periodismo, ni la aterradora inmediatez de la comunicación, ni el ciudadano hecho reportero, ni los niños que hoy nacen con el “chip” de la tecnología incorporado, ni siquiera la procacidad de los desadaptados sociales que aprovechan el anonimato de la red digital para evacuar en ella sus miasmas verbales.
La radio no acabó con el papel impreso, la televisión no acabó con la radio, Internet no acabará con la televisión. Todos nos adaptaremos como se ha adaptado siempre el hombre a todo.
La amenaza no está en las máquinas ni en los procesos. Está en el hombre mismo, depredador por antonomasia.
En Colombia, el periodismo ha sido siempre, y sigue siendo, objetivo militar de los grupos armados ilegales. No son pocos los colegas que han muerto o han sufrido la ignominia del secuestro, bajo las balas del narcotráfico, la guerrilla y el paramilitarismo. Pero esa amenaza tiene su lógica de guerra, perversa, inadmisible, criminal, pero lógica: ¿qué más puede esperarse de bandidos de cualquier pelambre que tratan de someter a la sociedad?