Al pueblo colombiano que tiene un agudo sentido de las cosas, le resulta muchísimo más importante la tarea que ha cumplido el presidente Uribe que la defensa de unos principios aplicables a las democracias y consagrados en los textos constitucionales y que además se alejan mucho de la realidad nacional. Por Guillermo Núñez Vergara, ex presidente de la Asociación Bancaria de Colombia.
El tema de la reelección del Presidente Uribe está gravitando en el país desde el año 2007, cuando se inició el proceso de recolección de firmas para convocar a un referendo que le permitiera ser elegido en el período inmediatamente siguiente al actual.
A favor del referendo se recogieron más de cinco millones de firmas de colombianos que entendieron y desean que la reelección sea para el período 2010-2014. Pero la confusa redacción de la pregunta, unida a la falta de claridad sobre los costos de la financiación, han conducido a que el trámite en el Congreso de la República resulte tremendamente accidentado y dilatado, de tal manera que solamente hasta iniciar la nueva legislatura, el próximo 20 de julio, se intentarán conciliar los textos del Senado y de la Cámara, el primero de los cuales habla de la reelección para el año 2010 y el segundo, el de la Cámara, para el año 2014.
Si finalmente se logra superar la controversia en el Congreso, vendrá entonces la revisión de la Corte Constitucional para que se pronuncie sobre la posibilidad o no de convocar el referendo, todo lo cual y en el mejor de los casos, llevaría a que su celebración no sea posible antes de enero del año entrante.
Indudablemente que este panorama no deja de ser traumático para la marcha normal del país, pero también se crea una gran incertidumbre si el referendo no se puede llevar a cabo, teniendo en cuenta que solamente faltan diez meses para las elecciones y una clarísima mayoría de los colombianos quiere que el Presidente Uribe repita nuevamente.
Los argumentos en contra de la reelección, aparte de quienes no están de acuerdo con la gestión de Uribe, los han esgrimido especialmente algunos intelectuales y conocidos columnistas, con el argumento de que es necesario defender el régimen democrático, las instituciones que lo sustentan y el sano y conveniente equilibrio de los poderes. Estas razones son válidas desde el punto de vista académico y de la teoría del Estado, pero pierden peso cuando se confrontan con la realidad colombiana, porque la verdad es que las instituciones del sistema democrático en Colombia son sumamente frágiles. Basta mirar los partidos políticos para encontrar que sus electores son cada vez más reducidos y que en las encuestas ya ocupan el primer lugar los votantes que declaran no pertenecer a ningún partido. Otras instituciones, vitales para una verdadera democracia, aquí están tremendamente desacreditadas como es el caso del Congreso de la República. La rama judicial tampoco brilla por su respetabilidad.
Al pueblo colombiano, que tiene un agudo sentido de las cosas, le resulta muchísimo más importante la tarea que ha cumplido el Presidente Uribe que la defensa de unos principios aplicables a las democracias y consagrados en los textos constitucionales y que además se alejan mucho de la realidad nacional.
Tampoco los colombianos olvidan la gravísima situación que confrontaba el país cuando llegó Uribe al poder, en el año 2002. En ese momento estábamos atrapados por la guerrilla, los paramilitares y el narcotráfico y en tal grado de desintegración que ya hacíamos parte de la lista de los Estados fallidos, pero seguíamos considerándonos una nación con régimen democrático, instituciones establecidas y separación de poderes. Pero la verdad es que todo este ropaje democrático poco sirve cuando un país está vuelto pedazos, como era el caso de Colombia en el año 2002. Con Uribe el país se salvó. Los resultados que muestra en la lucha contra el narcoterrorismo, encabezado por la Farc son formidables, teniendo presente, como el mismo Presidente lo dice, que las Farc están indiscutiblemente derrotadas, pero no acabadas. Por eso ha insistido álvaro Uribe, una y otra vez, que lo más importante es la continuidad de la política de la seguridad democrática, mantener la confianza de los inversionistas y seguir luchando por una mayor equidad y coherencia social.
La posibilidad, que no es remota ni mucho menos, de no poder convocar el referendo, coloca al país en una situación de enorme incertidumbre sobre el posible sucesor de Uribe, porque las fuerzas que lo han acompañado seguramente no se pondrán de acuerdo para la escogencia de un solo candidato y además porque todos los grupos uribistas sumados tienen muchos menos votos que el propio Uribe.
Ojalá que al país no le vaya a pasar en el año 2010 lo que le sucedió a Bogotá, que después de la eficiente labor de las administraciones de Mockus y Peñalosa que condujeron la ciudad por la senda del progreso y con múltiples realizaciones de gran aliento, ahora tenemos que presenciar la postración, el retroceso y la falta de rumbo.
Simplemente quiero concluir afirmando que álvaro Uribe ha sido un gran Presidente y sin lugar a duda el dirigente político más destacado y sobresaliente de la Colombia contemporáneaéa