Asociación Nacional de Anunciantes de Colombia
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Bogotá, Colombia

Se fueron hace treinta años

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Para qué hablar de los muertos que han venido sucediéndose en tantos años.
Hablemos de los muertos emblemáticos del año 79, año en el que se fundó la Anda. Por Jotamario Arbeláez, poeta nadaísta.

 

¿Qué ha pasado en estos treinta últimos años que no hubiera pasado antes? Todo, supongo, porque nunca pasa lo mismo así sea el mismo viento el que sople. Si son miles y millones los muertos, cada uno es distinto y también son distintos sus asesinos. O sus enfermedades, porque cada una ataca distinto, así como también son distintos los cuerpos, con sus más o menos defensas. Como son distintos los médicos.  Y así ad nauseam.
Hace treinta años se fundaba la ANDA, Asociación Nacional de Anunciantes, en este país que lleva sesenta años en guerra pero que no se ha dejado vencer. Donde ha pasado de todo y el país resiste. Resiste tanto que los resistentes terminaron siendo más delincuentes que los delincuentes del poder que atacaban. Y en consecuencia el statu quo ha recuperado su estatus.


Pero para qué hablar de los muertos que han venido sucediéndose en tantos años. Hablemos de los muertos emblemáticos de ese solo año 79, en el mundo, que a casi todos nos tocó, nos tocaron, por lo menos a quienes andábamos con una mochila al hombro. Uno andaba “haciéndole al hombre nuevo”, y le colgaban como baratijas del cuello los fetiches humanos que de una u otra forma le fueron edificando el destino. Podré no haber sido actor, pero nadie me quitará el haber sido testigo de los sucesos del siglo que pasó y de los del siglo que está pasando.


Mingus. El 5 de enero, mientras nos hacíamos rasurar para dar por clausurado el hippismo que nos había llevado tan lejos, escuchamos la noticia de que una enfermedad degenerativa muscular acababa de cortar el hilo de la vida del músico de jazz norteamericano Charlie Mingus, a los 57 años de edad, en la ciudad mexicana de Cuernavaca, y que sus familiares se proponían viajar al río Ganges a esparcir sus cenizas.


Este extraño descendiente de suecos y afroamericanos por la parte paterna y de chinos y británicos por la materna, una vez ungido en la música se destacó como un activista contra el racismo. Su madrastra sólo le daba acceso a la música de la iglesia, pero al conocer a Duke Ellington dio el salto al jazz. El contrabajista Red Callender lo incorporó al swing y al bebop, y Charlie Parker lo estimuló a grabar para Atlantic Records Pithecanthropus Erectus, esa obra innovadora que nos ponía los pelos de punta en nuestras noches de bohemia por el cruce con  el jazz y las muy marcadas reminiscencias de la música religiosa afroamericana. Para que se comprendiera lo que significaba su compromiso con la música en el ambiente caldeado en que le tocó discurrir, escribió su autobiografía “Beneath The Underdog” (“Menos que un perro”). Así nos sentíamos casi todos los poetas jóvenes de la época.


Renoir. El 2 de febrero, en el baño turco, escuchamos por la radio que el cinematografista francés Jean Renoir, hijo del milagroso pintor Augusto  Renoir, había dejado de existir en Beverly Hills. Fue uno de los que hicieron pasar con éxito el cine a la sonoridad después de su elocuente mudez. Sabíamos de su indeclinable compromiso político de izquierda que no le sesgó su estética sino que le propició la realización de bellezas tales como La gran ilusión (1937), donde intervienen su padre espiritual Erich von Stroheim y Jean Gabin. Y en La regla del juego, de 1939, traza la decadencia del encuadre de la sociedad francesa de entonces. Fue uno de nuestros adorables ídolos de cineclub.


Wayne. El 11 de junio, mientras nos hacíamos sacar una uña encarnada, oímos por la radio de la desaparición de John Wayne. Uno por entonces no sabía que los grandes vaqueros del lejano y cercano oeste muchos años más tarde se confabularían en busca del poder y harían que Ronald Reagan se hiciera a él. Pero nuestra infancia se sacudió con sus actuaciones de hombre duro, proveniente del cine mudo, al que le puso sonido disparando sus pistolas rudas e inverosímiles. Su voz era igualmente letal para con sus enemigos, que fuera de la pantalla fueron los comunistas. Además de vaquero fue héroe de cintas de guerra. Hizo de D’Artagnan en la serie Los Tres Mosqueteros y en 1969 ganó el Oscar por su papel en la película True Grit. Adquirió un cáncer de pulmón mientras rodaba en el desierto el film El conquistador de Mongolia, cerca de un campo de pruebas nucleares.


Blas de Otero. En una sala de  masajes de Chapinero, el 29 de junio escuchamos que había entregado su alma al comité del partido, en Madrid, a causa de una embolia pulmonar, a los 63 años, el poeta Blas de Otero, nacido en Bilbao y autor del retumbante título Pido la paz y la palabra. Casi todos los poetas de España en la época de la guerra sufrieron lo indecible por su país y lo supieron expresar en sus versos. Blas comenzó con crisis emocionales que lo llevaron a cultivar cierta poesía religiosa como el Cántico espiritual. Pero al perder su fe religiosa entregaría todo su talento a la quejumbre por el dolor de su España despellejada. Su libro sobresaliente lleva el título envidiable de Pido la paz y la palabra. Así sea.


Marcusse. Para quienes por esa época éramos hippies y además trabajábamos en la publicidad, es decir, que fumábamos yerba por punta y punta, no dejó de dolernos la noticia de la muerte por apoplejía, el 26 de julio, de Herbert Marcusse, el “profeta” del acontecer de mayo del 68, cuando estuvieron a punto de concretarse nuestras profecías acerca del “poder joven”. Éramos publicistas y hippies, contradicción a la vez del capitalismo y de su contrario, pues se hacía la incitación al consumo y se lo negaba. Marcusse fue el único que incorporó el marxismo entre los jóvenes bareteros, así como les hizo caer en la cuenta a los fundamentalistas de izquierda que había que contar con la yerba. Nos hizo caer en la cuenta que “el medio es el mensaje”, y no la noticia o el advertido. Y dio la apertura a la libertad sexual con su libro iluminativo Eros y civilización.


Zeppo Marx. Y para terminar, después de la despedida de Herbert Marcusse, el último heredero de Marx, tuvimos noticia de la muerte de Herbert Marx, el 29 de noviembre, mientras colgábamos de los árboles de la calle las bombas para celebrar nuestro cumpleaños, supimos de la desaparición del último de los hermanos Marx, de Zeppo, ese personaje recto, romántico y tal vez el menos cómico de los peliculeros hermanos Marx, atacado por el cáncer en un pulmón.
Es doloroso escribir sobre los muertos que le hicieron a uno la vida. Pero mientras remato esta nota se me escurren otras dos lágrimas al recibir por la televisión la nueva de las muertes de Farrah Fawcett y de Michael Jackson. En un próximo aniversario nos referiremos a ellos.

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