Las mentes se aproximan y los cuerpos se alejan; quizá de esta manera la paz se convierta en un objeto alcanzable y la miseria permanezca como la verdad más elocuente de la mezquindad humana. Por Julio Echeverry Saavedra, publicista.
La vida y los sabios ratifican la sentencia: “Cada día trae su afán”. Y en procura de satisfacer cada inquietud, el ser humano avanza, en espiral abierta o cerrada, pues en su andar inquieto tropieza con sus propios pasos, cae y retrocede o rueda hacia delante.
En estos últimos treinta años, que han correspondido al tránsito vital de la ANDA, hemos podido comprobar esta aseveración, especialmente en los campos de la medicina y de las comunicaciones.
Desde antes, la lepra había dejado de ser la enfermedad maldita, de profunda reconditez, citada por la Biblia como ejemplo de apestosa miseria y de castigo ejemplar; la sífilis encontró caminos de redención; el sida busca la luz en medio de los truenos y los relámpagos de la ciencia, pero llega el ébola desde lo más oculto de la negra maraña de áfrica y abre nuevas simas de inquietud; el cáncer sigue ahí, jugando al escondite con los doctores.
Sí, pero no… No, pero quizás… Talvez, pero de pronto sí.
En el mundo de las comunicaciones, que es el sustento esencial del desarrollo de la persona humana, ha sucedido algo similar.
El telégrafo fue superado por el télex; este, mediante proceso vertiginoso, por el fax; estaba en expansión este sistema, cuando surge la red, la Internet. Y aquí estamos, tratando de subirnos al último vagón de ese expreso prodigioso que marcha con rapidez astral ante un mundo atónito, aturdido por el fragor de los avances de la ciencia y de la tecnología.
El periódico ya no cruje entre nuestras manos: ahora se despliega, silencioso, en la pantalla de nuestro ordenador; el cirujano está en su casa y, a cientos de kilómetros más allá, alguien ejecuta una intervención quirúrgica bajo el estricto control y la vigilancia minuciosa del galeno.
El experto trabaja ahora desde su residencia y desde ella irradia su sabiduría; el profesor, ante el silente parpadeo de la pantalla de su computador, transmite sus conocimientos de muchos años, aprendidos en manoseados libros que fatigaban ojos y memoria y trastornaban descanso y sueño.
El sociólogo canadiense Herbert Marshall McLuhan hablaba de la “Aldea Global”: se quedó corto en sus novedosos e interesantes vaticinios.
En la medida en que los medios de comunicación corren hacia el futuro, los seres humanos se aíslan; la comunicación se hace más y más universal y más y más íntima y críptica a la vez. Hay que ver la inextricable mezcla de consonantes en mayúscula y números esotéricos que se utilizan en los mensajes enviados por correo electrónico.
Las mentes se aproximan y los cuerpos se alejan; quizá de esta manera la paz se convierta en un objeto alcanzable, en la medida en que las masas se disgreguen y las familias se reduzcan, pues serán opcionales, al gusto de cada persona: él o ella.
Y entonces, de la Aldea Global pasaremos a la Caverna Cibernética; se descongestionarán las vías porque, tal vez, en ese momento ya se haya logrado la transportación integral de la materia mediante protocolos fluidos de desintegración e integración de la misma, a distancia.
Posiblemente quede vagando sobre la faz del planeta un grupo de parias en busca de residuos para poder sobrevivir precariamente, porque lo único que no se logrará superar o erradicar será la miseria: ella está en la impredecible condición mezquina del hombre. Claro que si, antes, no quedamos abatidos y sepultados por un alud de información que se despeñe desde nuestros PC.
¡Amanecerá y otros lo verán!