Por: GermánFernández, Head of Communications Country Group Andean en Bayer.
Muchos de nosotros tenemos la fortuna de que cada día haya en nuestra mesa un plato de comida. La realidad es diferente para 25.000 personas que a diario mueren de hambre y seis millones de niños que fallecen al año por inanición, según cifras de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO).
Esta realidad nos parece lejana, pues para quienes vivimos en las grandes ciudades la comida abunda: podemos escoger entre deliciosas ensaladas, cereales, proteínas, jugo y hasta postre solo para almorzar. Por eso mismo es que quizá, la preocupación de muchos, no es si tienen o no un plato en la mesa, sino que esos alimentos nos hagan engordar, nos caigan pesados o tengan alguna funcionalidad.
Precisamente, ese afán por verse bien y seguir tales modas es el que ha incentivado lo que he llamado el “mal marketing”, ese que puso de moda la sandía sin gluten, la sal sin transgénicos o genéricamente modificados (OGM) e incluso a la costosa y supuesta “comida orgánica”. Digo que esto es “mal marketing” porque el gluten está solo en el trigo, el centeno y la cebada y molesta a muy pocas personas realmente intolerantes a los productos derivados. Los transgénicos solo están en seres vivos con genes y llevan 25 años en el mercado sin un solo registro de efectos en la salud o en el ambiente; además, hoy sólo hay cultivos transgénicos de soya, maíz, algodón, remolacha azucarera, arroz (no comercial) y flores.
En cuanto a los “orgánicos”, hay buenos, malos y regulares, por lo que no hay que satanizar todos estos productos. Por ejemplo, un tomate cultivado sin agroquímicos, situación poco probable, no deja de ser hidrógeno, oxígeno, glucosa y una larga lista de compuestos dentro de los cuales está el carbono, base de la química orgánica; todo lo que tiene carbono es orgánico.
En este punto quisiera acudir a un interesante gráfico del Instituto de Investigación Alemán Handelsblatt, que muestra cifras preocupantes sobre el uso de la tierra cultivable.
No solo este gráfico, sino datos publicados en diversas instituciones muestran que la tierra cultivable es un recurso que se está agotando, así como el agua para regarla. Debemos tomar conciencia del uso de estas fuentes, pues la demanda en estos tiempos es mayor -a mediados del siglo pasado un agricultor tenía capacidad para alimentar a 40 personas, hoy debe hacerlo para el triple- y continuará aumentando. Adicionalmente, esos alimentos que ponemos en nuestra boca deben sortear el cambio climático y condiciones cada vez más complicadas como menos suelos fértiles y el hecho de que en 2025 seremos unos 3 mil millones de personas en el mundo. Bajo estas difíciles condiciones, y conociendo el riesgo que corre la humanidad, seguimos desperdiciando comida; se estima que cada año se tiran a la basura cerca de mil millones de toneladas de comida.
Por eso quisiera preguntarles ¿cuántas veces nos hemos cuestionado sobre el camino que esa lechuga o ese puñado de arroz tuvo que recorrer para que esté ahí, siempre a la hora de la cena? ¿O si esos alimentos que tanto disfrutamos estarán allí cada día o se acabarán en algún momento?
El mensaje es que contar con la mayor cantidad de información posible. Si se documentan a través de redes sociales, los invito a que se aseguren de consultar fuentes confiables. Algunas en las que más confío son el químico José María Mulet (@jmmulet), la bióloga molecular Rosa Porcel (@bioamara), y el bioquímico colombiano Moisés Wasserman (@mwassermannl), así como algunas asociaciones tales como AgroBio y CropLife, con autoridad sobre el tema y que ofrecen diversa información sobre agricultura moderna.
Tengamos siempre presente que la agricultura no es un tema de economía o candidatos presidenciales, tiene que ver con su almuerzo de hoy y para que siga ahí, solo los avances de la ciencia tienen la respuesta (y algo de voluntad socio-económica).