“El periodismo vale la pena cuando ayuda a marcar la diferencia. Cuando logra transformar en acontecimientos memorables los que parecieran ser simples hechos cotidianos”. Así se refirió Mario Galofre al objetivo del Premio Simón Bolívar. Y además, insistió: “…cada año busca reconocer el esfuerzo realizado por los periodistas para lograr rescatar del olvido y volver relevantes hechos humanos, momentos de vida, encuentros que den pie a diálogos lúcidos, a reflexiones capaces de desnudar la complejidad de este caótico y desconcertante mundo que enfrentamos diariamente.
Este discurso pronunciado por Mario Galofre, con motivo de la entrega de los premios correspondientes a la 37ª versión del Premio del periodismo Simón Bolívar, el pasado 23 de octubre de 2012, fue preparado por María Elvira Bonilla, Presidenta del Jurado. Usted lo puede leer completo a continuación.
Hace poco más de tres años vimos a Bernardo Hoyos, con su caminar lento y cuidadoso, acercarse a recibir el Premio a la Vida y Obra de un periodista, en reconocimiento a una vida entregada al periodismo cultural. Su voz y su conocimiento constituían el abrebocas de cada pieza musical que Bernardo seleccionaba con tal esmero que la volvía inolvidable. Bernardo siempre estaba presente en las ceremonias de Premiación del Simón Bolívar para aplaudir a los premiados con su generosidad sobria y sincera. Tal vez porque conocía bien los fantasmas que acechan este oficio y que los periodistas buscamos derrotar día a día con el micrófono, la cámara, o el texto bien escrito.
Fantasmas que no son más que temores, siempre presentes, y que reaparecen cuando menos se les espera. El miedo que no nos abandona frente a la página en blanco o en el momento de empezar una entrevista, cuando se disponen las cámaras que parecen borrar las preguntas que se habían preparado. Miedo al esfuerzo fallido o a quedar arrasado por el torbellino de palabras inútiles que no consiguen expresar lo que se quiere, o a la incertidumbre frente a la reacción que puede generar la publicación de una nota, o la zozobra que produce emprender un viaje largo en busca de un personaje que no se conoce y cuya referencia única es un contacto telefónico, pero que confiamos sea el eslabón clave de la información buscada.
O el peor de los miedos: el de la irrelevancia. La irrelevancia de la historia que se ha escogido narrar y que finalmente, sin importar el tiempo y la dedicación, puede terminar sirviendo para nada.
El periodismo vale la pena cuando ayuda a marcar la diferencia. Cuando logra transformar en acontecimientos memorables los que parecieran ser simples hechos cotidianos. El Premio Simón Bolívar busca precisamente eso, reconocer cada año el esfuerzo realizado por nuestros colegas para lograr rescatar del olvido y volver relevantes hechos humanos, momentos de vida, encuentros que den pie a diálogos lúcidos, a reflexiones capaces de desnudar la complejidad de este caótico y desconcertante mundo que enfrentamos diariamente.
Y lo ha logrado. Si se construyera un gran mosaico con los trabajos premiados en estos 37 años de existencia del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, tendríamos una síntesis de la historia del país narrada a través de reportajes y crónicas, perfiles y entrevistas, investigaciones y columnas. Relatos donde además se expresa la fuerza y la pasión de los reporteros que constituyen el nervio, el alma del periodismo. Son ellos los tejedores de la información, los trabajadores incansables, verdaderos artesanos en la tarea de develar las realidades humanas.
Pertenecer al jurado de este Premio es un privilegio, una experiencia enriquecedora que permite sumergirse en la realidad de un país difícil pero apasionante y paradójico como es Colombia. Una realidad vista por hombres y mujeres, principiantes y veteranos en el oficio, escritores, documentalistas, fotógrafos que enfrentados al rigor de los hechos, a la realidad de los personajes de carne y hueso, armados con sus herramientas narrativas se lanzaron a la empresa de crear piezas periodísticas que este año compitieron con las de los reporteros y cronistas. Algunas ganaron porque la cultura siempre suma y aporta miradas sorprendentes al quehacer propiamente periodístico. En fecto, la cultura este año estuvo más presente en el Premio que cuando concursaba como una categoría independiente.
Son recurrentes los temas alrededor del interminable conflicto colombiano con su carga de dolor e injusticia, así como las denuncias de corrupción y abuso en el manejo de los dineros públicos que tanta y tan legítima indignación producen entre los ciudadanos. Al lado de ellos, empiezan a surgir nuevos temas, nuevas voces y relatos, expresiones de un país de gente vital y creativa que busca salidas a sus vidas, a sus sueños.
Escoger nunca es fácil. Y menos cuando la escogencia debe realizarse en un universo tan amplio de candidatos y trabajos. Para los premios de este años se presentó la cifra record de 855 trabajos en prensa, radio, televisión e internet, provenientes de Bogotá y de las distintas regiones de nuestro país.
La libertad para juzgar es el fundamento de las deliberaciones del jurado que se dan en discusiones amplias, de fondo, sin prisa, que le abren el camino al consenso. Los premios se otorgan por consenso como también las decisiones de declarar desiertas aquellas categorías sin concursantes merecedores de la distinción, con lo cual se busca asegurar el nivel que durante décadas ha caracterizado el Premio Simón Bolívar.
La relación y el compromiso del periodismo con la sociedad son preocupaciones siempre presentes. Estamos “ad portas” de un momento que puede resultar definitivo para la suerte de Colombia, desafiante para el periodismo: la iniciación de los diálogos de paz con la guerrilla de las Farc. Un ejercicio que nos reclama tolerancia a todos y especialmente a los periodistas. Respeto por la diferencia, equilibrio a la hora de informar, rigor y compromiso indeclinable con la verdad. Nuestro tarea es permitir que las partes hablen, sin prejuicios ni mordazas, ni complacencias ideológicas, para mostrar la complejidad de un proceso que puede marcar el futuro próximo, y de paso, dejar atrás la temática recurrente, nacida del dolor de una violencia continuada, para que finalmente nos ilumine el porvenir.
Esta entrega, en su versión trigésima séptima, tiene un significado adicional. Llega el momento de despedir y agradecer a la artífice, al alma del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar: Yvonne Nicholls.
Yvonne, con el apoyo incondicional de José Alejandro Cortés desde la Presidencia de Seguros Bolívar, concibió e hizo del Simón Bolívar, el premio insignia del periodismo colombiano.
La antorcha , como en las olimpiadas griegas, desde este año la recibió Miguel Cortés quien con el mismo entusiasmo y respeto por la independencia de su padre, el querido José Alejandro, instaló y le dio la partida a este jurado el pasado febrero.
Silvia Martínez ha asumido el reto de darle continuidad al Premio y asegurar que cada año logre una mejor calidad, contando con la asesoría y orientación de Yvonne Nicholls.
Como integrante del jurado, del Simón Bolívar solo nos resta decirles: Gracias Yvonne, gracias José Alejandro; y desearles buena fortuna a los nuevos conductores de esta nave.